EL DESPERTAR DE LAS MÁQUINAS

El término inteligencia artificial se está utilizando mucho en estos tiempos, máquinas que gracias a las nuevas tecnologías son capaces de hacer muchas cosas mejor que un humano. Pero, varios prominentes científicos han alertado sobre el peligro que conlleva para la humanidad el desarrollo de esta corriente tecnológica.

A comienzos de enero del 2015, unos 700 científicos especializados en di­versas áreas tecnológicas firmaron una carta abierta que alertaba de los peligros de la in­teligencia artificial (IA). Los científicos mos­traron de ese modo su preocupación ante una posible independencia de inteligencia artifi­cial, capaz de tomar vida propia y superar la que ha figurado el hombre. Quienes están a cargo de estos dispositivos perderían el con­trol sobre las máquinas y estas podrían actuar en contra de sus creadores.
El grupo, entre los que se encuentran nada menos que Stephen Hawking, Elon Musk y Verno Vinge, entre varios otros destacados expertos en ciencia y tecnología, presentó la misiva bajo el nombre Research Priorities for Robust and Beneficial Artificial Intelligence: an Open Letter (Carta Abierta: Prioridades de investigación para una inteligencia artifi­cial fuerte y beneficiosa).
El escrito toma en cuenta décadas de in­vestigación sobre inteligencia artificial, y entre las principales advertencias se habla de la posibilidad de que en un ambiente no controlado en forma adecuada los sistemas de inteligencia artificial podrían tener comporta­mientos no deseados e incluso dañinos.
De acuerdo con la carta abierta, las inves­tigaciones deberían enfocarse en lograr que quienes trabajan con ella tomen medidas de seguridad ante una rebelión robótica en caso de problemas.
Han sido muchas las reacciones a este es­crito y no han sido pocos los escenarios catas­tróficos descritos –más propios de la ciencia ficción– que alertan sobre una revolución de las máquinas y la extinción de la humanidad.
¿EL FIN DE LA RAZA HUMANA?
El físico británico Stephen Hawking afirma que los esfuerzos por crear una inteligencia artificial avanzada pueden poner en peligro la supervivencia de los seres humanos. Para el científico, los avances en ese campo podrían significar “el fin de la raza humana” si los sis­temas artificiales llegaran a superar en inteli­gencia a las personas.
“Los robots podrían llegar a tomar el con­trol y se podrían rediseñar a sí mismos para desbancar a los humanos”, dice el físico.
Hawking ha subrayado que los sistemas inteligentes que se desarrollaron hasta ahora han resultado útiles para la humanidad, pero advirtió sobre la posibilidad de que en el fu­turo puedan suponer un peligro.
“Los humanos, que están limitados por la evolución biológica, no podrían competir y quedarían suprimidos por los robots”, ha con­siderado Hawking.
El fundador de Microsoft, Bill Gates, afirma, por su parte, que los seres humanos deben estar preocupados por la amenaza que representa ese tipo de innovación. “Yo estoy en el bando de los que están preocupados por la superinteligencia”, agrega.
“Primero, las máquinas harán el trabajo para nosotros y no serán superinteligentes. Eso será positivo si lo gestionamos bien. Unas décadas después, la inteligencia artifi­cial será lo suficientemente fuerte como para ser una preocupación”, recalca.
Filósofos como Nick Bostrom, del Instituto del Futuro de la Humanidad de la Universidad de Oxford, se han unido también a esta cam­paña. “La IA supone un peligro mayor que el cambio climático”, afirma. Asegura que no hace un pronóstico: solo una advertencia.
El director del Instituto de Inteligencia Artificial de Barcelona (IIIA-CSIC), Ramón López de Mántaras, sostiene además que las armas autónomas son una amenaza. “Es muy preocupante el desarrollo de la robótica inte­ligente con la finalidad de disponer de robots soldados, ya que para un robot es casi impo­sible distinguir entre un civil inocente y un combatiente”, subraya el premio nacional de Informática 2012 y firmante del manifiesto.
“Tarde o temprano llegaremos a tener estos robots e inteligencias de las películas. Llegaremos a algo que nos despiste mucho, nos costará diferenciar si es humano o máqui­na”, explica Concepción Monje, investigado­ra del Robotics Lab de la Universidad Carlos III, y asesora de la película Autómata. Y así empieza el miedo.
LA FICCIÓN QUE PODRÍA SER REAL
Los beneficios de la inteligencia artificial y los ordenadores son incontables, y por ahora han cambiado el mundo para bien. La parábo­la más famosa sobre los riesgos de una máqui­na capaz de pensar por cuenta propia es, sin duda, el ordenador HAL de 2001, una odisea del espacio, la obra maestra de la ciencia fic­ción que rodó Stanley Kubrick en 1968 sobre una historia del novelista Arthur C. Clarke. HAL, encargado de controlar las constantes vitales a bordo de la nave Discovery se rebe­la y mata a tres astronautas y llega a perder la cabeza, o su cibercabeza, en este caso, y termina cantando alocadamente. Al final, el astronauta superviviente logra desconectarlo.
Las amenazas de la inteligencia artificial son también el hilo argumental de muchas novelas del célebre Isaac Asimov, quien for­muló unas leyes de la robótica sobre las que se levantaban los dilemas de sus historias. Las tres leyes decían así: un robot nunca hará daño a un ser humano ni permitirá que sea da­ñado por su inacción; un robot debe obedecer a los seres humanos, salvo que vaya contra la primera ley; un robot debe proteger su propia existencia, salvo que vaya contra las dos le­yes anteriores. En esa línea están las sagas de Terminator y Yo robot.
¿QUÉ ES LA INTELIGENCIA ARTIFICIAL?
La inteligencia artificial (IA) puede definirse como el medio por el cual las computadoras, los robots y otros dispositivos realizan tareas que normal­mente requieren de la inteligencia humana. Por ejemplo, la resolución de cierto tipo de problemas, la capacidad de discriminar entre distintos objetos o de responder a órdenes verbales. La IA agrupa un conjunto de técnicas que buscan imitar, mediante circuitos electrónicos y programas avanzados de computadora, procedimientos similares a los procesos inductivos y deducti­vos del cerebro humano. Se basa en la investigación de las redes neuronales humanas y, a partir de ahí, intenta copiar electrónicamente el funcionamien­to del cerebro.
DE JUANELO A ESTULIN PASANDO POR FRANKENSTEIN
Hace unos años todavía no me había exiliado de España– me encontraba cenando en Madrid, España, con mi hija y con Daniel Estulin, el hombre que más sabe del Club Bilderberg en todo el globo. En medio de la conversación –más que in­teresante como cabía esperar – inesperada­mente Daniel Estulin afirmó dirigiéndose a mi hija: “Tu eres la última generación que será plenamente humana. Los que vienen después se habrán convertido en robots con partes mecánicas y partes humanas”. Las cejas de mi hija se enarcaron en un induda­ble gesto de sorpresa al escuchar aquellas palabras. Su admiración por Estulin era – y es – inmensa, pero aquellas palabras eran más de lo que estaba dispuesta a aceptar.
¿Realmente en las próximas décadas la máquina iba a sustituir al ser humano hasta el punto de formar parte de su organismo? ¿Nos encaminábamos de manera inexo­rable hacia la aparición de organismos en los que la inteligencia artificial no sería un instrumento al servicio del ser humano sino incluso su dueño? ¿De verdad, lle­garíamos a contemplar seres que no sólo tuvieran una capacidad de memoria o de análisis superior a las humanas, sino que, incluso, pudieran pensar de manera inde­pendiente, libre y soberana? A mi hija le costaba creerlo y es lógico que así fuera,
Lo que Estulin consideraba posible constituye una tentación casi tan antigua como la tentación que provocó la caída de los primeros seres humanos. El texto he­breo de Génesis 3: 5 dice que las palabras pronunciadas por la Serpiente primigenia cuando tentó a Eva fueron exactamente: “ve-heyytém qe-Elohim” lo que puede traducirse como “y seréis como Dios” o como “y seréis como dioses”. No existe diferencia en el fondo porque convertirse en un dios implicaba pretender ser como Dios y si aquellos primeros seres huma­nos aceptaban el ofrecimiento, bueno, en teoría podrían no sólo conocer lo que era verdaderamente bueno y lo que era autén­ticamente malo sino que además contarían con la posibilidad de aspirar a dominar el poder creador que sólo Dios tiene.
Así, el deseo de poder crear algo que rivalice con la creación de Dios ha estado inscrito en el corazón del hombre desde aquel entonces. Los casos son muchos,
pero voy a detenerme sólo en alguno. Por ejemplo, durante la Edad Media surgió la leyenda del Golem. De acuerdo con la mis­ma, algunos cabalistas, versados en artes ocultas, habían adquirido el poder de for­mar seres humanos a partir de un pedazo de barro sobre el que pronunciaban fórmu­las mágicas que convertían al muñeco de arcilla en un ser real.
Por supuesto, las historias relativas al Golem no pasan de ser leyendas más o me­nos sugestivas, pero ponen de manifiesto hasta qué punto ha habido y hay hombres que ambicionan forjar aquello que sólo puede salir de la mano de Dios. Más cerca de convertir ese propósito en realidad es­tuvo, supuestamente, Juanelo Turriano, el relojero del emperador Carlos V, monarca de España durante cuyo reinado los con­quistadores aniquilaron impresionantes imperios como el azteca o el inca.
Juanelo fabricó el Cristalino, un reloj astronómico que lo convirtió en famoso en todo el imperio español, pero aquel logro, con ser notable, no bastó a la monarquía hispana. Felipe II, el hijo de Carlos V - co­nocido por su aversión hacia los protestan­tes a los que envió a la hoguera despiada­mente - tenía otros propósitos para Juanelo al que nombró Matemático mayor.
Así, Juanelo inventó un artificio con el que logró sacar agua del río Tajo, la corriente que cruza Toledo, para suminis­trarla al Alcázar del rey. Y entonces llegó su carrera al punto máximo. Siguiendo las órdenes del propio Felipe II, articuló un au­tómata que, supuestamente, podría actuar como un ser humano. Pero el autómata, como el Golem, nunca llegó a ser como un hombre de carne y hueso. Cuando murió en 1585, Juanelo no había logrado que de sus manos saliera un ser humano. Tampo­co una invención que tuviera una inteligen­cia o capacidades superiores.
Y, sin embargo, aquel deseo permaneció en el corazón de algunos hombres. En plena revolución industrial, cuando los ferrocarri­les acortaban las distancias y los barcos pasa­ban de la vela al vapor, una inglesa llamada Mary Shelley pasó por delante del castillo de Frankenstein donde, según la leyenda, había vivido un alquimista. De esa circunstancia nacería una de las novelas más famosas de la Historia universal: Frankenstein o el moder­no Prometeo. En ella, un doctor intentaba crear vida humana partiendo de los despojos del cementerio. Lo conseguía, ciertamente, pero el resultado era el conocido monstruo tantas veces llevado al cine.
En 1921, el autor checo Karel Capek volvió a soñar con la posibilidad de un ser mecánico surgido de las manos del hombre, un ser al que denominó robot - la raíz lin­güística “rabot” en las lenguas eslavas sig­nifica “trabajo” - y que podría realizar todas aquellas tareas de las que el hombre deseara librarse.
Con el paso del tiempo, el robot se con­virtió en una realidad, pero no como pensó Capek. No pasa de ser un siervo del ser humano carente de voluntad, criterio e inde­pendencia. A fin de cuentas, el ser humano tiene una capacidad limitada incluso a la hora de extraviarse moralmente. Por aña­didura, las consecuencias de ese intento de convertirse en dios ha tenido siempre pési­mas consecuencias.
En su primer intento, los primeros seres humanos perdieron su privilegiada situa­ción y fueron catapultados a una vida peor marcada por el enfrentamiento entre seres humanos, por unas condiciones pésimas de trabajo, por una separación de la Naturaleza que se volvió hostil y, sobre todo, por una separación de Dios.
Aquel paso tuvo consecuencias trágicas que llegan hasta el día de hoy. Siempre su­cede lo mismo. Cuando el corazón perdido de los hombres intenta alcanzar lo que sólo se encuentra en el poder de Dios no lo consi­gue, pero, por añadidura, sufre penosas con­secuencias. Incluso cuando cree que puede acabar forjando una inteligencia superior a la del ser humano, que incluso tomaría deci­siones libres y razonadas. Así es aunque mi buen amigo Daniel Estulin, el primer exper­to mundial en el Club Bilderberg, piense lo contrario
EL DESARROLLO DE LA ROBÓTICA
Japón lleva la delantera en lo que concierne a humanoides (robots que imitan el cuerpo humano), pero China ha entrado a la compe­tencia. Están desarrollando máquinas capaces de aprender.
El algoritmo DeepMind aprende solo a jugar a los videojuegos de Atari. “Watson”, la IA de IBM, ganó a los mejores concursan­tes del programa estadounidense Jeopardy, y está “aprendiendo” Medicina. Es capaz de sacar respuestas de varias enciclopedias en segundos siguiendo procesos deductivos.
También hay máquinas que engañan a los humanos con falsas emociones. En 2014, Euge­ne Goostman superó el Test de Turing –según el cual aquella máquina que lo salvara podría ser considerada inteligente– haciéndose pasar por un ucraniano de 13 años. Embaucó al 33% del jurado, pero recibió críticas; vencer en esta prueba no implicó una inteligencia real, sino una hábil estrategia de programación.
Hay máquinas que publican discos y to­can con la prestigiosa London Symphony Or­chestra. El ordenador “Iamus”, desarrollado por el español Francisco J. Vico, es capaz de generar música original. La prensa lo ha bau­tizado como “el Mozart-Machine”.
“Hace una década no teníamos teléfonos móviles, y mira el avance. Actualmente tene­mos algoritmos capaces de minimizar al máxi­mo el error, e incluso para tareas de manipula­ción, tú le enseñas al robot cómo manipular una taza y luego puede llegar a detectar si esta se ha movido, y es capaz de extrapolar esa misma tra­yectoria hacia su nueva posición. Eso ya denota una cierta inteligencia”, dice Monje.
Esta primitiva comprensión es la que ha puesto en alerta al mundo, porque tenemos la capacidad de crear armas autónomas.
La campaña Stop Killer Robots, lanzada por el Comité Internacional para el Control de las Armas Robóticas (ICRAC), está aunando esfuerzos para lograr la prohibición de esta tecnología antes de que se materialice. El miedo subyacente no es que una inte­ligencia artificial tome conciencia y destruya a la raza humana. Actualmente, ya se puede crear “robots estúpidos” que maten. Y eso es “suficientemente peligroso”. El principal peligro de esta tecnología es la guerra en sí misma. “¿Nos destruirán las máquinas?”, es la interrogante vigente.
¿PUEDEN SER UN PELIGRO?
La diferencia entre la inteligencia y las capacidades de robots y computadoras con respecto a la mente humana es cada vez menor.
Las máquinas y sistemas de inteligencia artificial carecen de dos cosas muy importantes: sentimientos y ética, por lo que no son capaces de discernir correcta­mente entre el bien y el mal, ya que su comportamiento depende de la programa­ción y no de la racionalidad, razón por la cual, en caso de cualquier falla, podrían dañar al resto.
La inteligencia artificial no debe convertirse en un juego que caiga en las manos equivocadas.
No es la primera vez que se indican los peligros de la inteligencia artificial.
OTROS IMPACTOS
Existen otras preocupaciones, como el im­pacto que podrían tener en el empleo y los poderes económicos, o la delegación en los robots del cuidado de mayores y niños.
Los posibles efectos negativos se centran en cómo afectarán al empleo y especialmente en su poder para invadir nuestra privacidad.
La filial de Airbus en Cádiz, por ejem­plo, está probando humanoides en su fábrica. Los científicos se preguntan si podrán hacer lo mismo en el sector servicios. Elaborar in­formes, preparar actividades, dar clases en la universidad.
Un estudio de la Universidad de Oxford cifra que en los próximos años los robots cu­brirán el 47% de los actuales empleos, pero que también se crearán nuevos puestos de tra­bajo. Ya existen IA que redactan noticias. O asistentes de cirugía muy precisos, como Da Vinci o el español Córdoba.
La previsión más inmediata es que todo el transporte va a sufrir una gigantesca revo­lución entre los próximos diez o veinte años. Para el Reino Unido representa una prioridad, pues se asegura que los atascos y accidentes serían reducidos.
Hagamos entonces que las máquinas sir­van al bien y no al mal. Usémoslas para el arte, la cultura, el desarrollo genético o la na­notecnología, pero no para destruir.

Comentarios